Te has ido para siempre
viejo sinvergüenza.
Me despierto un sábado
y resulta que ya te habías marchado
bigotegato patán
sin despedirte de nadie.
Ni siquiera habrás alcanzado
a fumarte un último bate de silencio
el último maduro con queso.
Porque aunque mi madre decía
que «no hay corazón traidor para su dueño»
el tuyo se te paró sin avisar
quizás devolviéndote al final
tanta jugada sucia que le hiciste.
Digo en eso del amor
cosa en que siempre viviste
amarrado como nudo de corbata.
Tu que arrullaste
las primeras ternuras de mis padres
fuiste mi vacilón macizo
y de mis hijos
pregunta boquiabierta.
Tú que te echaste al hombro
cuatro generaciones de borrachos
y románticos
supiste jugar con tus cartas limpias
en el juego de la vida
porque sabes que al fin de la partida
siempre gana el albur de la muerte.
De ti me queda la pasión por la libertad
y la envidia
porque tú viste entrar triunfante
a Fidel, a Camilo y el Che
y cantaste adelante cubanos
cuyos acordes al piano se escuchaban
en el viejo Hotel Saint Jones
mientras la locutora de la radio decía:
«Esta es radio Habana
transmitiendo desde Cuba
territorio libre, de América».
Y yo me acordaba de ti
y me sentía súper chévere de haber sido amigo tuyo
y me pasaban como película en cine continuado
los últimos tragos que nos tomamos
en la barra del Hotel Oro Verde
en Guayaquil
y del último abrazo que me diste
antes de irte a cantar en el estadio de Barcelona.
Ahora te has ido cataplún
viejo almirante de la mar oceana.
Pero nosotros
tu combo
no te podremos olvidarte nunca
por la fechoría de tu vida
y por esa soberana manera de tu voz
para amansar yeguas bravas.
Fernando Artieda Miranda
guayaquileño; 1945 - 2010