Cómo nos vas a hacer esto giorgi
semejante cagada.
Cómo fuiste a torcerle de ese modo el rabo a la chancha
a patear el balde.
Es cierto que te habías retirado hace chance
y que de tus botines colgaba
una lágrima mohosa de nostalgia
pero por las calles del barrio
se escuchaba todavía
tu trotecito de pelotero viejo
tu voz de guacharnaco mandón
arremangando tu tropa a la victoria.
Y en la esquina
los sábados de tarde
entre bielas y música de radio
los panas recordaban tu luz
tu maravilla
tu melena
tus golpes
tus relajos de zambo patán
porque Dios —el único que te entendía la jugada—
nunca había aprendido a tocar el balón
ni podía ser árbitro.
Yo te recuerdo
desde cuando jugabas en las calles
de los alrededores del Parque de la Madre
barrio de gente sabida
bonchera y solidaria.
Y después
cuando enrolaste en el Club Sagrario
y jugabas con Sernaqué, Tolozano y Milton Pérez
y ponías de rodillas al sol
con el trueno de tu rayo y tu relámpago.
Por eso no nos llamó la atención
cuando entraste de golpe al fútbol grande
a Emelec
a River Plate
a Barcelona.
La bandera de la Patria te envolvió para siempre
como pollera de madre
para abrazar tu cintura de jebe
tu tinta de conserva de pechiche
tu milagro de santo.
Por eso el cemento se cuarteaba
cuando amasabas la pelota como un pan de cuero
porque la gente se volvía un gigante desaforado
con tu fútbol como jalea de guayaba
como canto de poeta en camino de estrella.
Jorge Bolaños Carrasco
mandamás del pepo y del trompo
de la pega con vida y de la perinola
de cometas elevadas
de capuchinas sin rabo
del primero sin que te roce
y por supuesto
del indor fútbol con pelota de trapo
y la camisa metida
en el bolsillo de atrás del pantalón.
Ahora te has ido sin decirnos nada
pibe de oro
sin dejar pagadas las cervezas
a la gente del barrio
que cuarenteó tu muerte hasta la madrugada
dejándonos con la mirada boba
detrás de tu última cabria de pantera florida
cuando te sacaste a la muerte sobre la raya
y ella te hizo el penal que no cobraste nunca
dejándonos con la bata alzada
con el balde de morocho hirviendo
sólo porque te cruzaron el dato
de que andaban necesitando un diez
para una pichanga entre los ángeles.
Fernando Artieda Miranda
guayaquileño; 1945 - 2010