Crucigrama nocturno

Primer premio del Ismael Pérez Pazmiño de 1971

I

El cielo se me antoja más cercano
desde lo alto del cerro Santa Ana.
Me embarco en la ilusión de que yo mismo
enciendo con mis ojos las estrellas
a cada parpadeo, y que la noche
salpica las albercas de mi llanto
con una pirotecnia de esperanzas.

Siento arderme los ojos de la noche
de tanto escudriñar el infinito
y urgentemente necesito una
fresca ablución de luces y una brisa
a fin de despejar las dos incógnitas
de este siglo, de este hombre y de este Dios.

Diría que detecto bajo tierra,
aquí, donde se afincan mis talones,
un algo que fue historia y aún alienta
ansias de renacer desde el rescoldo.
Un tacto vegetal, como un prurito,
se me enzarza en las venas y me sube
desde la misma tierra a la garganta,
y grita y clama y llora y se retuerce
como una enredadera entre los muros
cuarteados de un pasado lejano
que aun puja por seguir sobreexistiendo.

 

II

Y yo, aquí, anclado
entre el cielo y la tierra,
querencia y trascendencia
enigma de mí mismo,
profeta, visionario,
queriendo y no queriendo
responder a la urgencia
del cielo acribillado
de puntos suspensivos
o a la angustia telúrica
que palpita a mis plantas.

No sé, pero algo o alguien,
efluvio, tacto o savia,
me corre por las venas
desde abajo y me increpa
el cielo desde arriba
con voz de estrellas
y tiniebla indescifrable.

 

III

Y la ciudad allá,
a un tiro de ojos, casi
animal dormido ahora
a mis pies, crucigrama
en el entreverado de sus calles,
preguntando o queriendo
que alguien venga a llenarle los vados
ansiosos de sus cuadras,
luz y tiniebla, muerte y esperanza,
odio, cópula, sueño.

 

IV

Y el cielo, arriba,
urgentísimamente,
sin dilación,
ahora.
Y, abajo, soterrada,
la infinita querencia
de reventar la piel
y gritar el entierro
escondido de siempre en sus entrañas.

 

V

Y la ciudad.
La miro. La remiro.
Vuelvo a mirarla y siento
que me canta la sangre
un ritmo de tristezas
y me florece un ansia
de abrazarla,
de llenarla de besos,
de escupirla.

 

VI

Y miro al cielo.
Me golpea en los ojos
la luz de las estrellas
como un morse fantasma
de mar a mar…
No puedo responder.
La opaca luz que brilla
en la ciudad apenas,
los cuadros blancos, ¿son
luz de verdad o sueño?
Los mismos cuadros negros
que tengo ante mis ojos
¿son tumbas o son algo
que alguien, antes que yo,
consiguió descifrar
en este crucigrama?

 

VII

Sólo tengo tiniebla en mis pupilas
a pesar de la luz de las estrellas
y noche sólo, oscuridad y llanto
no obstante el tibio resplandor que alumbra
algunas de las cuadras
de esta ciudad que duerme
a mis pies como un perro.

 

VIII

Y arriba, Dios, gritando,
y abajo, el mundo, hundido,
gritándome también,
y yo, muñeco, o visionario, o loco,
junto a este ajedrezado crucigrama,
caballo a trancos o castillo frío,
piafando de coraje
o, incapaz, afincado en mis rincones.

 

IX

¿Qué quieres, Dios?, Escúpelo en mil rayos,
en sismos o en sequías,
en brisa, en pájaros,
en malvas o en violetas,
en vida, en muerte.
¡Dime!
Calla, animal, historia, hierba o pulso.
Dejadme solo entre cielo y tierra
como un pájaro quieto,
o hedor, mejor, de algo que fue
y no es, o es ya tan solo
hedor y hedor y hedor.

¿Por qué me gritas, Dios?
Historia, ¿por qué me urges?
¿Por qué tanta insistencia,
tanto apremio y urgencia,
al alimón, los dos,
y pobre bestia yo,
acorralado, solo?

Agujas luminosas
de estrellas insistentes
buscan el acerico
de mis ojos saltones…
Mil ortigas me bogan.
por la sangre y me erizan
la piel de escalofríos
urgentísimamente…

–Hache, o, eme
—me susurran la brisa y los luceros—
be, erre.
suena como un bramido
la entraña de la historia.
–Animal racional
–me dice un ceibo mórbido
con voz algodonada.–

–Hache, o, eme,
be, erre.
–Hache, o, eme,
be, erre.
–Hache, o, eme,
be, erre.
–suena el eco y resuena
como un alucinante
redoble de tambores–.

¿Qué puedo responder o llenar cómo,
letra tras letra, la urgencia de estos huecos
que a mis ojos se ofrecen
como cráteres chicos
succión de rabia hoy o en erupción mañana?

 

X

¿Qué quieres que responda?
¿Por que has querido
que divise en la noche
toda esta teoría
de nichos mortuorios?
No sé llenarlos, Dios. No sé taparlos.
Ya no caben adentro más cadáveres.
Son tumbas, lo presiento,
son hornos crematorios,
mentira enjalbegada,
sepulcros blanqueados.

No quiero, aunque me urjas
con el rescoldo vivo
y ardiente de este suelo
en que afinco mis plantas.

Me pedís que descubra el nombre exacto,
la última pieza,
pero no he de echar yo sobre mi espalda
un hijo así que sufra
opresión y vejamen
para toda la vida.

No quiero, no me atrevo
a pronunciar la letra que lo acabe,
que lo haga ser, que nazca, que se yerga,
que camine en la vida y venga a ser,
porque me avine al juego,
otro hijo de perra.
Es mejor que aquí mismo,
en este cuadro blanco,
un pozo de petróleo
reviente la negrura
de su alquitrán espeso
y ahogue la nacencia
de quien debió haber sido.

Es mejor que no nazca alguien que,
ya en la cuna, ha de servir de abono
para flores de lis,
rublos o dólares.

 

XI

La piel del crucigrama
se eriza como un ántrax
de cien bocas que escupen
pus y carroña:

Biafra, Vietnam, Dachau,
Silesia, Hungría, Harlem…

Aunque todo me empuje y el mismo Dios me llore
tormentas tropicales
o reviente la historia
mil archivos de Indias
no escribiré esa letra.

Que en el ombligo mismo
del crucigrama muera
como un aborto dulce
que equivocó de ruta!

 

XII

Y, sin embargo,
hombre,
te amo,
cualquiera,
el que pudiste
ser en esta geografía
latinoamericana.

No quiero ser tu padre, y aún así y todo,
tan entrañablemente te deseo
que de quererte tanto, casi te odio
y, antes que muerto, te quiero no nacido.

 

XIII

Y el juego se repite:
–J U S T I… Me faltan sólo
tres bocas anhelantes
que gritan la equidad
para todos los hombres.
Se me antoja que puedo
acabar la palabra
con una sigla que
vomita una mentira...
Cuando los hombres se odian
no puedo hacer la farsa
de escribir una C,
y una I, y una A
que insinúan uniones
y son sólo egoísmos.
Limitados o anónimos,
de una brutal presión capitalista.

Miro los cuadros negros
de todo el crucigrama
y creo adivinar
las dos alas negrísimas
de un gallinazo enorme
que encubre la miseria.
El suburbio es un llanto
y la injusticia corre
como un estero amargo
a perderse en el mar.
¡Vivan las compañías
navieras y los trusts!

 

XIV

–C R I S T I A…  Son cinco letras.
Se afilan los lebreles
de mis cinco sentidos rastreando la pista.

El corazón quisiera explotar cien latidos
para sobrar las ansias
de esos cinco brocales que se agostan y esperan
desesperadamente
casi veinte centurias..

Y el rostro me frutece
vergüenzas sazonadas
y mis dientes se clavan
en la cárdena pulpa de los labios
como una dragadora
que removiera escombros,
mentiras y basuras
o palabras bellísimas…

Miro la altura y veo
que el cielo se me cierra
más negro todavía
ahora, cuando quisiera
oír su voz clarísima.
La misma geometría
de la cambiante Cruz del Sur se quiebra
en sendas paralelas
a flancos de Centauro.
Todo se apaga.

Hasta la misma tierra
parece que latiera en los antípodas…

No puedo, no, mentir una vez más
ante esos cinco pozos que sedientan
la verdad como lluvia suave y honda
en el mismo brocal
cuarteado por el sol y la desidia.
Se antojan a mis ojos cinco llagas
sangrantes como ayer, en este cristo
clavado al mangle y a las cañas
del suburbio.

¡Y no puedo!
Pudiera, sí, llenarlas de algodones
o entecarlas también, y sahumarlas
de inciensos y esperanzas,
de un más allá, de voluntad divina…
Prefiero más que el blanco de estos cuadros
se tiñan de carmines
y que, mañana acaso,
si tenemos redaños
de sembrar afanosos
de baches denigrantes de la historia,
sobre esos macrofundios,
verdee el trigo,
el banano y el maíz se doren,
se yergan nuevos hombres de esa cuna, y en su hornacina santa

un robot o un computer
perfore el último cuadro en blanco
del gran crucigrama de la historia
como un altar al hombre-Dios por siempre.

 

XV

Sube la aurora lentamente a mis espaldas.
Se va tiñendo el río de ocres tenues.
Una lanchita a remo, empeñosísima,
parece que trajera el nuevo sol
para todos los hombres, arrastrándolo.
Aún vive la esperanza.

Mañana habrá más luz
y cantarán los pájaros…

Es noche todavía.
Aún quedan muchos blancos
por rellenar.

–Pasión–

(me dan de pista al pie del crucigrama)
Y no logro alumbrar exactamente
algo que bien pudiera ser un neologismo.
A M O… es dominio, dueño,
pasión también de esclavizar acaso…
Pudiera ser, pero hay un blanco al aire
que me suena a dolor, a voz en grito,
a falta de cariño,
a no sé cuántas cosas:
a manos extendidas,
a labios entreabiertos
en espera de un beso,
a sonrisas apenas esbozadas
y cortadas a flor por un desprecio,
a humillación, desaire,
mueca, apodo, racismo…
¡Si los hombres supiéramos
rellenar este vacío
no habría guerras, ni injusticias, ni odios,
ni hambre, ni sed, ni drogas, ni rebeldes,
ni paros, ni extorsiones!…

¡A M O S del mundo, yo os invito al juego
de cambiar una letra no más a vuestro nombre!
Tachad la ESE con una cruz o un aspa
(no valen dos líneas verticales)
e iluminad con oros viejos la ERRE
redentora del Cristo pobre y bueno
que dijo y dice y lo dirá mañana:
«amaos los unos a los otros»…

 

XVI

Se me cansan los ojos.
Me apena haber escrito
segurisimamente
palabras que jamás
debieran haberse pronunciado:
UNESCO,
FAO,
analfabeto,
hambre.
Lucha de clases,
capital,
limosna.
Militarismo,
dictadura,
guerra.
Cáritas,
clericalismo,
reo.

Me apenan sin embargo
también los cuadros yermos
que quedaron vacíos
porque no me atreví
a jugar a mentiras.
¡Me apenan!

Y me alegra
saber que hay muchos hombres
que juegan, como yo,
haciendo crucigramas.
No conciliéis el sueño
mientras queden en blanco
tantos cuadros vacíos.

 

XVII

Hunde en la tierra el hierro
y siembra, y sueña un poco.
Tal vez mañana crezca,
sin haberlo pensado,
como una flor exótica,
un algo que pudieras
trasplantar al cuadrito
de nuestro crucigrama.

 

XVIII

O acaso tú, que ahondas
más abajo, en la mina,
pudieras encontrar
tal vez una esmeralda
verde, para esperar
cantando de alegría.

 

XIX

¿Quién sabe si detrás
de las mismas estrellas
no se ha escondido Dios
jugando al escondite?

 

XX

En tus manos grasientas,
si las sigues sudando,
ha de crecer mañana
un puñado de espigas.

 

XXI

Y en la ambición ansiosa
de tus dedos, que cuentan
el dinero robado
nadie puede dudar
que, a lo mejor, mañana,
te crezca una amapola,
o un clavel reventón
te nazca en la solapa
con la raíz hundida
allá, donde tú sabes.

 

XXII

¿Y por qué no esperar
que reviente un obús
lo mismito que un beso,
o que una grúa pueda
levantar a los hombres?

 

XXIII

Hay poca diferencia
entre un avión y un ángel
por las rutas celestes
de un puente de emergencia.

 

XXIV

También la rebeldía
debe seguir gritando.
La violencia es un golpe
amigable a la espalda
para el que no ha querido
saludar al hermano.
Y una voz angustiada
es una flor que pide
un poquito de brisa…

 

XXV

Un ángel mañanero
pasa tiñendo el río
de rosas y alhelíes
Y la barquita sigue
abriendo una esperanza
de sol con sus dos remos.

Parece que salpica
desde el cauce del río
dos gotas a mis ojos.
La tierra, en lontananza
se ha abrazado al crepúsculo.

Yo me embarco también
esperanzadamente
al ritmo de los remos en la historia.

Ignacio Rueda
español; 1929 - 2015