A la inconstancia del mar

(Uno que había padecido naufragio habla en estas décimas)

Ayer en rocas de nieve
dragón de plata te vi,
tan soberbio que temí
ser sorbo a sus ondas leve;
y hoy tan humilde se mueve
tu resaca, que dudé,
a ese peñasco que ve
de tu soberbia la mengua,
si lo lames como lengua,
si lo adoras como pie.

Bien tus engaños expresas,
mar, que dividido en cascos,
ayer bravo herías peñascos,
y hoy humilde arenas besas:
a qué mudables empresas
te expones, monstruo arrogante,
hoy callado, ayer bramante,
advirtiendo así al prudente
que jamás hubo creciente
que no parase en menguante.

¿Para qué fue amenazar
con tantas furias ayer,
si tu soberbio crecer
ha sido para menguar?
Bien te pudiste acordar,
cuando sierpe embravecida
amenazabas mi vida,
de este cobarde reposo:
pero ¿cuándo el poderoso
se acuerda de su caída?

Si no es que tu engaño intenta
dar mentirosa esperanza,
disimulando bonanza
para crecer en tormenta,
piadoso se representa
tu golfo a aquel que lo mira,
hasta verlo de tu ira
un despojo lastimoso;
que siempre es del ambicioso
propio centro la mentira.

Ea, pues, golfo inconstante,
altivo mar impaciente,
o volverte a tu creciente,
a quedarte en tu menguante.
Cierre el paso al caminante
tu cólera enardecida;
mas no lo harás, que, advertida,
es tu condición variable
imagen de lo mudable
de las cosas de esta vida.

Y nace esta conjetura
de la experiencia mayor,
pues ayer vi tu furor,
y hoy admiro tu blandura:
aquella y esta pintura
tan diversas en ornato,
te hacen con diverso trato,
aunque no son en ti unas,
un teatro de fortunas
y de Fortuna un retrato.

Qué me canso en persuadir,
¡oh monstruo de variedad!
que en firme estabilidad
mudes tu inestable vivir;
si aunque me puedes oír
el bien a que te provoco,
está tu discurso poco
sujeto a variar fortuna,
pues quien anda con la luna
no puede ser sino loco.

Juan Bautista Aguirre, S.J.
dauleño; 1725-1786