Yo, el impuro, el audaz, el descreído
guardián de vanas cosas y de nada,
sigo engrosando la fugaz manada
por esa imposición de haber nacido.
El que quiso seguir incomprendido
por no haber solución en la mirada.
El que esconde en su absurda carcajada
frustración de pureza y de latido.
Nadie mejor para escarbar la sombra
sin dejarse engañar cuando se nombra
el misterio que a todos alucina.
El que disfruta de su magra suerte,
el que avanza seguro con su muerte
a la ausencia total que se avecina.
Gonzalo Espinel Cedeño
guayaquileño; 1937-2019