Celda sin muerte

No se muere una vez. Nos atropella
la muerte con porfiado desatino.
Aquella viene y va por el camino,
pero nos marca su profunda huella.

Yo la he visto llegar como centella,
cabalgando el amor, la sed, el vino.
Ella quiebra mi voz y mi destino
y me involucra en su tenaz querella.

Habita en la nostalgia de la casa
por los muertos amados. Y en la brasa
del estridente puerto que lacera.

La muerte me descubre si me escondo,
me tumba, me levanta y le respondo
con el cansancio del que nada espera.

Gonzalo Espinel Cedeño
guayaquileño; 1937-2019