Desde el día en que te conocí:
Odio el tiempo, la vejez y la muerte;
una vida es demasiado corta para besar tus labios.
El pasado es una estatua de lozas
y no hay seguros que valgan la pena
para los cuentos del futuro.
Amémonos ahora, como si fuera el último plazo
para renovar la muerte en un jazz de caderas
antes que el gallo nos cante tres veces.
Cuando nace el amor es un martirio
el látigo del tiempo que agiganta la pena
de podemos volver de nuevo hacia la nada.
Si nadie ha regresado de los nichos
para decirnos que bajo la fosa del olvido
se puede seguir amando los ríos de luz bajo tus senos,
por qué has de guardar tu sexo virgen
para pasto de gusano.
Los frutos se deben saborear a su tiempo
o se pudren irremediablemente;
cuando se tiene sed el agua es dulce:
tus pechos en flor reclaman un pastor de malvas
sobre las cuencas de tu talle sedoso.
¿Por qué no nos amamos y acabamos con los mitos
y fantasmas inventados por los credos?
Los días se me vuelven cortos para pensarte,
cortos los domingos para besarte;
el tiempo, la vejez y la muerte
son el peor infierno que nos acechan, como fieras
hambrientas desde los cuatro puntos cardinales,
el amor reclama inmortalidad en tus ojos.
Si la vida es tan corta ¿por qué dejar
para mañana este beso como un fruto en la rama?
¿Quién certifica que más allá del polvo
alguien se embriaga de besos?
¡Ea!, amémonos como si fuera el último beso
que nos resta en un brindis postrero
de un viaje sin retorno, después de nuestra fiesta
sangre bajo una tibia dura galopando
tus muslos y mi cal ardiente relinchando embriaguez.
Si todas las esperanzas fenecen como secas hojas,
por qué arriesgar a perder este instante
por un sueño insípido de jolgorios celestes,
que si espíritus habitan en nosotros,
ellos escaparán del tiempo según los credos;
que nos dejen en paz, espíritu y materia
no se comprenden, ebrios de pulso a pulso
sorbamos el último fracaso.
Para vivir de sueños y esperanzas, es mejor
emborracharse hasta el alma con licores carnales
bajo la seda virgen de tus muslos en flor,
es mejor nuestro rito de sexo y jazz
a insípidos jolgorios inciertos de promesas.
Jorge Astudillo y Astudillo
cuencano; 1946-