Revienta contra los cuerpos el desorden del tiempo y danza.
Un faro naranja a la distancia del destino del compromiso
data 42 días borrosos sobre un papel
certificando la vida
mi salida del huracán,
la reconstrucción de mi hogar
y la movilización en tropa de mis neuronas
a su campo de concentración,
que temen ser vueltas a acribillar.
La covacha aterrorizada por los libros que caen,
me ha llamado a través de su ventana imposible
a pedirme: deje entrar.
Sin decisión llegué al fin y me siento limpia, libre.
Di una vuelta aferrada al lomo de mi fénix blanco,
quemó desde sus entrañas el pasado.
El pueblo calcinado
y mi gente deambula entre las escaleras
barriendo los peldaños renatos
y los temores menores como la muerte.
Una palabra elevada y hecha polvo
cae en tu techo, en tu cabello;
erosiono un volcán y desbordo un río.
Mi paz te acaricia el rostro,
deja arenas en las pestañas
y –como televisor– susurros grises en la madrugada.
Hundes tus miedos en el pozo.
Detrás del árbol, mis piernas ramificaron alucinadas.
Extraño la soledad que nos mantuvo juntos
por ser el concepto arcaico de mí
al haberme refugiado e tus peces agitados,
en la ceguera de tu imaginación.
Caída en tablas astilladas,
adormecida en lunas ficticias y persas,
te encontraba entre elefantes de algodón
entre montañas completa y hermosamente verdes,
en brazos ebrios apoyados en mis hombros.
Tus ojos, labios y manos: trío parejo sincero,
extendido como arcoiris,
esfumado y lanzado al fondo.
Ya no soy tu neblina
que sólo espera una leve llovizna
para acurrucarse en tu carretero.
Perdí nuestra canción al amanecer borracha, apresurada,
con candados en las puertas.
La ventana me llamó, pidió que trepe la verja
y corra por las veredas hacia el norte, que corra,
Que corra, corra sin agua,
sin mirar con vergüenza a las nodrizas
que estuvieron a un paso de eliminarme
de mi vía sin parches.
No tengo algo por reclamar, ni promesa por cumplir.
Ayer embarqué tu mano
rumbo al mar de mi felicidad
¡y cómo pesa apretada a mi cintura!
Tú, semidesnudo,
con el abdomen fresco por la mañana
has borrado lo descolorido y ese intenso color vacío.
Aunque estoy desecha,
lamiste todas mis imperfecciones poetizadas
hasta mis mentiras y territorios de oscuros nudos.
Esta noche recorrimos nuestra historia impresa:
primer beso en las escaleras ya barridas,
muros escudados en pasados
y frustraciones del mal cariño ajeno.
Tus primeros pensamientos y la hoja en que me reinventas...
Acepto mi derrota y el amor sobrio, a cada yema de tu piel.
Zarparon 42 días gestados, canciones antiguas,
alcoholes enterrados,
incluso los zarpazos
que rasgaron mi órbita ocular.
Ya es temprano, estoy cansada
y me sobran las marcas
y las sonrisas reventadas.
Pero cedo a la revancha, con piedad,
a mi pedacito de Alemania felpada.
Me montas como gigante,
me arrastras con tus fauces de bestia.
Atrapada entre tus dientes y tu barba,
me llevas por un camino de flores,
violetas y sedosas.
Me haces a la orilla.
Se me destapan los ojos
y miro desde el cielo cómo me ladras entre las piernas.
Me revuelves las entrañas,
hierve tu nuca,
me mezo en tu ritmo con el danzar de tu aliento
entre las ramas de tus costillas.
Te estoy tocando suave.
Perdiéndome en tu lengua laguna
me desentierra con su torbellino,
Desempolvo los sueños.
Trepo a tu boca,
hecha serpiente entro por ella,
avanzo lento para no romperte los huesos:
beso tu hígado,
muerdo tu pelvis –desde adentro–,
extiendo mis brazos que se amoldan a tus piernas.
Tus gotas como lágrimas salpican
sobre todo lo que somos.
Renata Artieda Centurión
guayaquileña