I
Por el sueño que vuelve a su ventura
luego de viejos siglos de tristeza,
que le fueron labrando la belleza
que el verso melancólico inaugura;
por el cielo que rompe su arca oscura
donde mares de arcángeles apresa
y los suelta, dorada la cabeza,
para dorar al sol, si oro procura…
Por el ave de fuego que resalta
en medio de la tierra aquí encendida
incendiando a mi voz la sien más alta:
mi palabra se siente levantada
por un caballo lírico que salta
¡al puente de mi sangre enamorada!
II
En este momento que canto, viene el día
como un pequeño dios que no camina.
Y el canto es niño ciego que reclina
sus aves en un árbol de alegría.
Avanza entre música y poesía
equilibrando, al fin, su planta fina
la luz del corazón, que no adivina
cómo puede ser luz la sombra mía.
Cómo puede ser luz aprisionada
la vena que al amor desencadena
con un beso de sangre bien cantada.
Y cómo este soneto va a la arena
mordida por la mar enamorada
¡donde flota el cadáver de mi pena!
Ignacio Carvallo Castillo
guayaquileño; 1937-2015